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Dix ans de retard
9 septembre 2023

2023 : 9 septembre : "Las mentiras que nos unen" de Kwame Anthony Appiah.

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« Las mentiras que nos unen. Repensar la identidad »

de Kwame Anthony Appiah.

 

Kwame Anthony Appiah, nacido en Londres en 1954, hijo de una inglesa y un ganés, es un pensador humanista y cosmopolita, especialmente interesante porque navega a contracorriente de las tóxicas tendencias posmodernas e identitarias disfrazadas de progresismo. El libro fue publicado en inglés en 2018 con el título “The Lies that Bind, Rethinking Identity”, en español en 2019, en francés en 2021 : “Repenser l'identité, Ces mensonges qui unissent». Además de teorías políticas y morales, le interesan la filosofía del lenguaje y la historia de las culturas africanas. Este libro tiene un enfoque muy parecido al de « Identidades asesinas » del franco-libanés Amin Maalouf, publicado en francés en 1998, en inglés en 2000, y en español en 2004. Por supuesto, es un tema de gran importancia que merece frecuentes actualizaciones desde varios puntos de vista. Especialmente hoy en día cuando observamos que la locura identitaria cunde y nos acecha. Estamos encerrados en una tenaza, tanto por la vieja y rancia extrema derecha supremacista como por la autoproclamada izquierda « identitaria », « interseccional » o « decolonial » que en realidad no tiene nada de izquierda y es tremendamente reaccionaria. La llama del cosmopolitismo humanista está en una borrasca que amenaza con apagarla.  

Este libro está basado en una serie de conferencias que dió el autor en la BBC y se pueden escuchar en internet (en inglés). 

En el primer capítulo, Appiah analiza el tema a partir de su condición de mestizo y las múltiples, a veces divertidas, experiencias de identificación que vivió por parte de taxistas en muchos países por donde viajó. Y no solamente taxistas. Recuerda cómo, al ser mestizo y visto  « negro » desde la mirada de otra persona, el hecho de tener antepasados con rango senorial en la Inglatera medieval, u otros en la política británica del siglo XX, y hablar con un perfecto acento londinense, no parece suficiente para convencer a su interlocutora de su calidad de auténtico inglés. (Aquí subyace el importantísimo tema de la « one drop rule » y la negación del mestizaje, así como la internalización de la « one drop rule » y de lo subversivo que podría ser su inversión). Este primer capítulo no se enfoca en ningún criterio de identidad en particular (los cuales se analizarán uno por uno en la continuación del libro), sino más bien en los mecanismos de identificación en las sociedades humanas, y algunos estudios científicos anteriores sobre el tema.  

Appiah tiene una visión de la interseccionalidad como herramienta de descripción de hechos sociales, una vision que tiene poco que ver con el dogma ideológico en que la convirtieron algunos grupos identitarios actuales. (Sobre este punto es interesante notar que en 2020, la propia Kimberlé Crenshaw, quien acuñó el concepto en los 1980, declaró que hoy la palabra se usa de manera ideológica y sin rigor científico). Sin embargo Appiah en su enfoque es materialista, racionalista y científico. No rechaza el aspecto biológico, hormonal y anatómico en los temas de identificación de sexo y género. También se interesa en los mecanismos cerebrales que nos permiten etiquetar y generalizar nuestras identificaciones, tomando en cuenta que, a menudo, son motivos de excesivas simplificaciones : « las identidades implican etiquetas y estereotipos », lo cual produce esencialismo. Estos mecanismos cerebrales funcionan desde la más temprana edad y son producto de la evolución humana. Producen identificación y también rechazo. Appiah menciona experimentos de sociología que sacan a la luz estos mecanismos profundos, y no dejan una muy buena imagen de la « naturaleza humana », pero resultan de la evolución y la organización social de los primates y cazadores que somos. « Somos unas criaturas con un fuerte sentimiento de tribu ». Nos aferramos a nuestro grupo para enfrentarnos con otros grupos. El animal humano es a la vez colaborador y competidor, y en general colabora para competir, lo que hace obligatorio para el individuo pertenecer a un grupo. 

 

Creencias

El segundo capítulo estudia las creencias como factor de identificación. Este capítulo es especialmente acertado cuando señala que la identidad religiosa tiene muy poco que ver con alguna enseñanza o sabiduría de dicha religión, y mucho más con una serie de normas, rituales, obligaciones y prohibiciones en los ámbitos de la alimentación, la vestimenta, la sexualidad (impuestos por presión social y conformismo). Por lo que, a los que reclaman la etiqueta de dicha religión, les importan más las apariencias sociales que otra cosa. Un 90 o 99% no conoce ni siquiera los orígenes ni la evolución y diversas versiones de sus « textos sagrados » (Po resto judíos, cristianos y musulmanes no pueden reconocer que son una misma religión). Estas son típicas mentiras que unen dividiendo : cuando entre millones de personas que reclaman una misma etiqueta religiosa pueden existir diferencias insalvables que llevan a guerras muy crueles : católicos/protestantes, sunitas/chiitas, etc…            

Igualmente Appiah señala que los propios adeptos de cualquier religión, en su inmensa mayoría ignoran las evoluciones doctrinales y morales de sus antecesores. Reclaman una herencia « espiritual » de gente que vivió siglos o milenios antes y si volvieran a la vida en nuestro siglo, no reconocerían a sus « herederos ». Además de variantes en el tiempo, también las hay en el espacio cuando los criterios de « identidad » religiosa se suman con otros de identidad cultural, linguística, nacional, política…    

Nunca faltan « radicales » que reclaman una « pureza » de « los orígenes » de su religión, y no reconocen que ellos mismos son el producto de otra época, otro contexto histórico, social, económico. 

Appiah no tiene un discurso agresivo contra las religiones, simplemente las quiere dejar en su lugar, fuera de la política, y cuenta su propia práctica (más social que mistica), la de sus padres, juntando tradiciones anglicanas, metodistas y tradicionales ashanti de Ghana, y aboga por las lealtades múltiples contra los integrismos intolerantes : «También seremos antepasados, no solo seguimos las tradiciones ; las creamos ».   

Otro carácter muy interesante de este libro es que no cae en la impostura posmoderna de moda : no le causa problema hablar de « observadores objetivos » en temas culturales y religiosos. No cae en el paripé de decir que « hay muchas verdades » o que « nadie la puede conocer », que son maneras de ocultar mentiras o falta de argumentos credibles. 

 

Nación 

El tercer capítulo se enfoca en las supuestas « identidades nacionales ». A partir del ejemplo del escritor Italo Svevo, gran cosmopolita nacido en la ciudad de Trieste, Appiah cuestiona el concepto de nacionalidad, con el de estado-nación, los de soberanía y fronteras. Desde fines del XIX y a lo largo del XX llegaron a imponerse estas mentiras que unen : « no hay principio político que cuente con un consenso más sonoro que el de la soberanía nacional. « Nosotros » no debemos ser gobernados por otros, cautivos de una ocupación extranjera ; « nosotros »  debemos poder gobernarnos a nosotros mismos. (…) Sigue siendo un elogiado principio de nuestro orden político. Y sin embargo, guarda en su corazón una incoherencia. Ese es el siguiente de los grandes errores referentes a la identidad que me gustaría explorar. »  Dicha incoherencia es la ausencia de una definición credible y objetiva del « nosotros ».         

Nunca faltan oportunistas en busca de poder para definir y promover un « nosotros » que les conviene mejor. La nacionalidad a veces se determina con criterios culturales como el idioma, la religión, otras veces por la casualidad de haber nacido en un territorio, pero las fronteras se mueven, los países e imperios se hacen y deshacen y al ciudadano de a pie siempre se le exige lealtad y obediencia a la pátria (finalmente la soberanía es a menudo el amparo de los tiranos). Cada vez que se define un « nosotros » nacional la consecuencia es que los que no entran en el criterio se convierten en un « ellos » extranjero, y pronto en enemigos, enemigos de afuera, o de adentro, y no está lejos la idea subyacente de « purificación étnica ». La « nacionalidad » y su séquito de plagas como « soberanía » y « derecho al estado propio » en su forma actual son construcciónes románticas que surgen en Europa en el siglo XIX como reacción a la caida del imperio napoleonico en 1815, y luego a partir de 1848 de los imperios de Europa oriental hasta 1919, y quienes formalizan esta ideología basada en la idea del volksgeist son pensadores de habla alemana como Hegel (una visión esencialista de lo que es un pueblo, que luego degeneraría en el nazismo). Esta ideología la hacen suya posteriormente los habitantes de los imperios coloniales que empiezan a deshacerse después de 1945 en Africa y Asia.          

Appiah analisa cómo se construye la nacionalidad en diversos contextos, y se enfoca en el ejemplo muy interesante de Singapur. Comenta también el auge actual de los nacionalismos en Europa, y los casos de Escocia y Cataluña. Insiste otra vez en la complejidad de nuestras identidades y lealtades modernas que no pueden ser univocas.

Confieso que me encantó este capítulo porque nunca creí en estas patrañas patrióticas : nación, soberanía, autodeterminación y fronteras… (mentiras que unen dividiendo)

 

Color 

En el capítulo cuarto, el autor con el mismo método critica otro criterio identitario muy polémico : la « raza », que habitualmente se define por el color de piel. Resalta que por más que la « raza » sea un sin sentido en lo biológico, la palabra se usó por siglos, pero con definiciones que cambian con las épocas, dependiendo también del contexto cultural y político. Impresiona la erudición del autor y la calidad de sus argumentos. El hilo conductor de este capítulo es el fascinante destino del filósofo africano del siglo XVIII, de formación intelectual europea, Anton Wilhelm Amo Afer.

 

Clase

En el quinto, es la idea de clase social la que cuestiona Appiah, siguiendo el curso de la vida del sociólogo británico Michael Dunlop Young, inventor del concepto de « meritocracia ». Nos recuerda que las clases sociales no siempre fueron definidas por los ingresos, que antes el honor y el abolengo fueron más determinantes, que el nivel de estudios puede ser otro determinante, y en la realidad se suelen mezclar los tres de diversas maneras. « La clase es a la vez esquiva e ineludible ». Appiah nos propone interesantes comparaciones entre las sociedades de Ghana, Inglatera y EEUU. Aboga por una sociedad que garantice un igual acceso a la educación, la salud y la seguridad social, y unos impuestos que limiten las desigualdades, especialmente las que se heredan. Quiere una sociedad donde se reconozca la dignidad de cualquier tipo de trabajo. También acepta desigualdades económicas dentro de ciertos límites, como incentivo al estudio y al trabajo como vías de ascención social. 

 

Cultura 

El sexto y último capítulo es especialmente interesante : analiza la cultura como determinante de identidad y demuestra que no vale más que los criterios examinados en las partes anteriores del libro. Lo hace cuestionando la idea de « cultura occidental », como un ejemplo, ya que el mismo razonamiento puede valer para cualquier cultura de otra parte del mundo. Cuestiona la definición de lo que es « Europa », y « Occidente ». Los propios europeos durante mucho tiempo no se consideraron como tales, sino como sujetos romanos, y luego como cristianos. (Lo mismo con « Africa » : es una idea europea que adoptaron los africanos en la época colonial). El « occidente » nace de a poco cuando a partir del siglo XVII crece la presión turca, y aún así, no faltaron reyes cristianos para pactar alianzas oportunistas con los turcos y contra otros reyes cristianos. En lo cutural, el tesoro occidental, la herencia filosófica griega se debe en gran parte a la transmisión por los traductores árabes medievales de Al Andalús, pero también se puede cuestionar qué tan árabes y musulmanes eran ellos, si muchos de estos letrados eran judíos y si el más famoso de sus reyes, el gran Abd al-Rahman III, tuvo más sangre vasca que « oriental ». (Bien lo dijo el escritor congolés Henri Lopes, en su libro titulado « Mi abuela bantú y mis antepasados galos » : « Toda cultura es mestiza, y quienes se creen puros simplemente se olvidaron de su mezcla original »). 

Appiah aremete contra el « eurocentrismo » igual que contra el « afrocentrismo » y sin piedad se burla, con mucho humor, de algunas ideas baratas de moda, como la del « Muntu » o « NTU » con una parodia hilarante, el « ING » : dos páginas imperdibles. De paso ataca también el concepto aberrante de « apropiación cultural ».

Finalmente parece que las eternas « identidades » que algunos narcotraficantes nos quieren vender no tienen nada firme donde pisar y agarrarnos : ni religión, ni nacionalidad, ni raza, ni clase social, ni cultura son asideros fiables. Todo es fluctuante e inseguro, salvo nuestra común humanidad. Nuestras identidades son complejas y en constante evolución, cada individuo es el producto de una mezcla única y no podemos dejarnos encerrar, o encasillar, en una visión estrecha basada en un solo rasgo, ni dos, o tres, porque somos mucho más. Las mentiras que nos unen como grupos, nos dividen como humanidad. 

Esto no significa que todo sea igual ni que todo valga. Esto significa que en toda cultura coexisten lo peor y lo mejor. Las fracturas no están entre las culturas, sino en cada una de ellas. Casa cultura tiene su parte de universalismo humanista y su parte de oscuridad. 

 

Epílogo

El libro termina con una “coda” de cinco páginas muy interesantes, donde sin embargo el autor (de manera contraria a la del principio del libro) peca por un exceso de optimismo en cuanto a la eficiencia de la interseccionalidad « por encima de las diferencias », opinión que hay que contrastar con la realidad de esta corriente dogmática que no ha hecho más que dividir los movimientos sociales hasta lo absurdo, agudizando las diferencias y atizando la lucha de todos contra todos. Después de esta discrepancia, volví a encontrar en las últimas líneas el Appiah con quién tanto concuerdo, cuando menciona al esclavo liberto y dramaturgo afro-romano Terencio, fundador de la tradición teatral europea, y elige su famosa frase para terminar el libro : « Homo sum, humani nihil a me alienum puto » (Humano soy, nada de lo humano me es extraño). Una frase que hice mía hace mucho y es totalmente opuesta al sectarismo de los « interseccionales », « decoloniales » y tutti quanti… 

Al leer este libro, es imposible no pensar que Appiah es como ensayista muy parecido a lo que es Salman Rushdie como novelista.

Por otra parte, el libro no alude al anarquismo, aunque muchas de sus páginas pudieron ser escritas o aprobadas por pensadores anarquistas. Lo interesante es que con otro enfoque y otros argumentos, llega a conclusiones muy similares a las de algunos anarquistas.

Kwame_Anthony_Appiah_by_David_Shankbone

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